En la casa...

Las guerras son actos inmorales y decadentes. Disputas crueles y deshonestas que unas vez concluidas pervierten la fisonomía de las ciudades, transformándolas en montones de escombros que se apoderan de las calles de forma alborotada. Vestigios caóticos bajo los cuales reposan tantos cuerpos sin vida, como brillos de un pasado no tan lejano. Un instante de desorden y confusión, y en cuestión de segundos un telón de humo y polvo dibuja un paisaje de desolación y angustia, envuelto en un silencio atronador tan solo roto por los pasos erráticos de los que no perdieron la vida y huyen dejando atrás la silueta de cientos de edificios destripados y calles abandonadas. Todo se vuelve gris y oscuro. La cara  menos amable del ser humano.

 Estas vigorosas construcciones reducidas a la condición de esqueletos que a duras penas se sostienen en pie, albergan en su interior montones de celdas en serie apiñadas como si de colmenas se tratara. Sin ni tan siquiera un atisbo de su elemental jerarquía espacial y desprovistas de la delgada piel que separa lo íntimo de lo superficial, muestran la vulnerabilidad de lo que en origen fue el refugio de los sentimientos más profundos del individuo. Como si se tratara de escaparates de lo que un día fue cotidiano, enseñan sin tapujos los lugares en los que se forjó un universo espiritual que ahora descansa entre la silueta de tabiques destrozados, hierros retorcidos y techos a medio caer.

 Ante semejante representación del horror, uno no puede más que experimentar una deriva emocional  entre la nostalgia y la empatía, que le lleva a preguntarse cómo fue la vida de aquellos que ocupaban esa secuencia de espacios inconexos que un día fueron un hogar y que ahora tan solo conservan en sus entrañas el eco de la memoria.

 ¿A cuántas personas acogía la casa? ¿Cuántas se reunían a la hora del almuerzo entre las paredes del comedor? Tabiques que dieron cobijo a numerosas conversaciones al son del tintineo de cubiertos y platos, y que fueron testigos mudos de infinitas horas de estudio en el salón, donde al caer la noche, la familia se concentraba en silencio delante del televisor o bajo la luz tenue de una lámpara frente a un libro. Una calma tan solo interrumpida por el murmullo de los amantes, el lamento de algún enfermo o el llanto de un recién nacido en el dormitorio principal. Y todo ello envuelto por el aroma de los guisos elaborados en la cocina, cuyo perfume seguramente discurría por cada una de las dependencias a través de los pasillos, corredores estrechos que de forma involuntaria presenciaron la huida desesperada de aquellos que un día lo perdieron todo.

 

 1. “En la casa”, título del film de 2012 dirigido por François Ozon.